Hartmann von Aue (hacia 1170 - despues de 1210), literato de amplia cultura, en su Erek siguió como modelo la novela Erec, de Chrétien de Troyes, introduciendo el mundo artúrico en la poesía germánica: Erek, entregado a la dulzura del amor conyugal, descuida sus deberes de caballero; ante las quejas de su esposa, que le reprocha su indolencia, redime su culpa con nuevas empresas. Al morir el señor a cuyo servicio se hallaba (hacia 1187), Hartmann sufrió una crisis religiosa que lo llevó a Jerusalén como cruzado, acto en sufragio del alma de su patrono. A su regreso de Tierra Santa, compuso el Iwain, ajeno a los excesos oratorios que lastran el Erek.
De Wolfram von Eschenbach (hacia 1170-hacia 1220), el poeta alemán más grande de la Edad Media, poco se sabe. Se vanagloriaba de que sus antepasados habían sido caballeros; sirvió a varios señores y conoció la pobreza; aunque se sentía caballero, se declaraba, con evidente exageración, "analfabeto", como reacción a la moda literaria que privaba. Compuso el Parzival (1200-1210) y otros dos poemas: el inacabado Willehalm (hacia 1215), con argumento del ciclo carolingio, y el Titurel, del que han quedado sólo dos fragmentos. En la historia, trágica y saludable, del Parzival, culpable e inocente, se ha querido ver la historia del alma germánica en su camino hacia una plena revelación de la divinidad. Recreando y ampliando el incompleto Perceval de Chrétien, Eschenbach creó un personaje que es el primer Gottsucher (buscador de Dios) de la literatura alemana. El Parzival es un poema religioso. Pero la fe del poeta no es la del místico contemplativo, sino la del caballero; la fe activa que descubre la huella de Dios en medio de las pasiones y los conflictos.
Gottfried von Strassburg fue el tercer gran poeta caballeresco. No sabemos nada de él. El Tristán (hacia 1210), su única obra -basada en el relato del anglonormandoThomas-, quedó inconcluso, quizá por la muerte del autor. Gottfried fue el primer poeta docto y laico, en el doble sentido de la palabra, de Alemania. Para él lo humano sólamente se eternizaba -ha escrito Grunanger- "a la luz de la belleza y del arte"; por eso invoca para su poema la ayuda de Apolo y de las Musas, y no la del Dios cristiano. La Minne, el amor humano, tiene un valor absoluto. Pero para el poeta ya no es homenaje, servidumbre ni gozo contemplativo, ni siquiera afecto y pasión, sino ensimismamiento de los amantes en la mutua entrega. Los signos cristianos tienen aqui un valor humano: como el cristianismo renace por el bautismo, el padre de Tristán, Riwalin, se convierte en un hombre nuevo por su amor a Blancaflor. El amor de Tristán e Isolda es como un estado de gracia, que también esta sujeto a tentaciones.
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