Advertencia

Este blog no apoya ninguna postura política ni reivindica ideología alguna. Los mensajes, vídeos y demas elementos poseen únicamente un interés histórico-cultural y artístico. Las opiniones expresadas se limitan a los términos escritos en ellas.

abril 30, 2010

El mundo bárbaro y la música en el Alto Medioevo



Preguntará el lector, con todo derecho, si los pueblos entre los cuales actuaron los misioneros no tenían música propia. No hay pueblo sin música, es la conclusión a la que llegan todos los estudiosos de las costumbres e historia de los pueblos. Y por monumentos y testimonios parecidos a los de las culturas orientales, sabemos que especialmente entre los germanos y escandinavos la música gozaba de mucha estima y difusión. Sin embargo, ya Julio César y más tarde un biógrafo de San Gregorio Magno, afirmaron, al hablar de la música de los pueblos allende los Alpes, los helvecios, germanos, y otros "bárbaros", que su canto era "aspero, duro, desagradable y de un espantoso salvajismo." Lo mismo nos dirán luego, en la historia de la conquista americana, muchos de los primeros exploradores respecto a la música indígena. Pero como pocos siglos más tarde brotarán sobre aquellos "monstruos" musicales, en Europa, las flores primigenias de un arte popular muy hermoso, conviene subrayar aquí una idea básica para la comprensión de la música en general: que las leyes estéticas varían radicalmente entre distintas épocas y también entre distintos pueblos o razas de la misma época. Lindo y feo son en música, como en casi todo, conceptos muy relativos. Parece, por ejemplo, que nuestro oído difiere del oído oriental, así como del antiguo y del medieval. Así también comprendemos por qué la música cristiana se negó a mezclarse con la música popular de los países convertidos; proviene ella de fuentes demasiado distintas, como ya vimos. Pero no nos extrañaría la fuerte reacción de la música popular y laica contra esta música religiosa que se mantuvo distanciada del pueblo, entre otras razones, por haber conservado invariablemente sus textos en latín.

En estos tiempos que estoy discribiendo, el dominio de la Iglesia en materia musical, como en otras esferas, es completo. No obstante, ya había luchas internas un tanto ardorosas entre varias tendencias. Éstas tenían diversas causas. El canto de los feligreses fue objeto de ataque por un sector, hasta que en el Concilio de Chalons en 650, se prohibió el canto de las mujeres en la Iglesia. Poco a poco decayó el uso de la música en el oficio, el cual anteriormente fue mucho mayor que en nuestros tiempos y análogo al de las iglesias protestante y anglicana de los tiempos modernos y actuales. Otra lucha se desarrollaba entre una tendencia oriental que propugnaba melodías complicadas y con abundantes ornamentos en el canto, y otra mucho más sencilla de occidente.



La música religiosa tenía, sin embargo, rasgos constantes que conviene destacar. Era exclusivamente vocal, sin intervención de instrumento alguno. Sólo mucho tiempo después y contra la resistencia de importantes sectores, se introduce el uso del órgano. El canto gregoriano era homófono: todos cantaban la misma melodía; no intervenía armonía ni contrapunto. La música cristiana carece también en absoluto de lo que nosotros llamamos "ritmo" o "compás", de acuerdo con sus antecedentes orientales, donde la música sigue conservando hasta hoy la misma característica.

abril 29, 2010

Sistematización Musical en el Alto Medioevo


Hubo en Roma y en otras ciudades, escuelas musicales -Schola Cantorum- de las que salieron sacerdotes músicos de profundos conocimientos. Estos misioneros se desparramaron en otros tantos centros musicales y de cultura. Algunos adquirieron fama milenaria también por sus escuelas de música como aquél en Kent que en 597 fundó San Agustín de Canterbury, quien había sido monje en el mismo monasterio donde estuvo el papa San Gregorio Magno quien lo envió ese año a Inglaterra. En el siglo VII algunos monasterios ingleses fueron destruidos a consecuencia de una invasión vikinga.

Es lógico que en una época en que los medios de comunicación eran escasos e inseguros, algunas rutas principales se convirtieran en el camino obligado para difundir la cultura. Una de la vías medievales más importantes, en razón de su practibilidad a través de los Alpes, fue el valle del Rhin. Su trayectoria conducía a las que otrora fueran colonias romanas, erigidas en ambas márgenes del río, y que actualmente se denominan Suiza, Alsacia, Renania, Bélgica, Holanda.

Allí, muy cerca de las nacientes del Rhin, se fundó en el año 720 la abadía de San Gall, uno de los monasterios más famosos, que dió origen al cantón y ciudad actuales del mismo nombre, en Suiza, y cuya práctica musical sirvió de modelo a casi toda Europa Central. En este monasterio vivió uno de los primeros eruditos en la materia, el monje Notker Balbulus (830 - 912), al cual se le adjudica una melodía que aún hoy se canta (casi siempre sin recordar al autor), en una adaptación de Martín Lutero, y que empieza con las palabras Media vita en el original latino, y cuya primera frase dice: "En plena vida ya estamos rodeados por la muerte". Este monje fue sucedido por otro reputado sabio, Notker Labeo, nacido en San Gall, en 950, quien difundió en forma notable la ciencia musical de su tiempo, y representa a la vez un ejemplo elocuente de la universalidad de conocimientos que poseían las grandes figuras medievales; en efecto, Notker Labeo fue poeta, músico, matemático y astrónomo.

Un indicio de la intensa vida intelectual que se desenvolvía en el monasterio de San Gall lo proporciona el contenido de su biblioteca: el año 850 contaba con cuatrocientos volúmenes, cantidad enorme para aquellos tiempos, muy lejos aún de la invención de la imprenta. Entre estos libros figuran muchos tratados de música que nos permiten apreciar las profundas y severas reglas y leyes de este arte en la Alta Edad Media. Asi vemos cómo los conventos son el único refugio del saber a esta altura de nuestra historia. Por lo tanto, se puede entender que la música, privada del contacto con el pueblo, se transformó más y más en una ciencia árida y complicada, llena de rígidos preceptos y limitada en su libre y espontáneo desarrollo. Muchos fueron, sin duda, los progresos de la música como ciencia, pero nula su evolución como arte. Precisamente la aparición, algún tiempo después, del fenómeno de los trovadores es una reacción ante esta inmovilidad.

Este es el momento propicio para hablar de un personaje interesante, uno de aquellos grandes teóricos, Guido de Arezzo, a quien debemos nada menos que nuestro alfabeto musical: UT (más tarde DO), RE, MI, FA, SOL, LA, (el SI, la séptima nota, es agregado posterior). Buscando un procedimiento didáctico para facilitar el aprendizaje de la música, Guido de Arezzo, un monje benedictino, que vivió de 995 a 1050, recurrió a una idea curiosa: los cantantes solían impetrar a San Juan que los preservara de la afonía en un himno muy difundido en la época y en el cual cada frase empezaba sucesivamente con una nota de escala ascendente, del DO al LA, como diríamos hoy. Aprovechando esta circunstancia, designó las primeras notas de cada frase musical con las sílabas iniciales de cada verso: y pues el texto decía: UT queant laxis REsonare fibris MIra gestorum FAmuli tuorum SOLve polluti LAbii reatum Sancte Johannes. Por aquellas sílabas quedó consagrado el nombre de las notas que su usa hasta hoy en todos los países latinos. En cambio, los pueblos sajones denominan las notas con letras del alfabeto (A, B, C, D, E, F, G, o más exactamente C, D, E, F, G, A, B, C).

abril 18, 2010

La Música en el mundo Paleocristiano


Los primeros cristianos, congregados clandestinamente en sus templos subterráneos, repudiaron la música, pues sus sonidos eran el eco de la vida pagana que los rodeaba: los cantos y bailes sensuales de una ciudad materialista y guerrera, los clarines de los triunfadores, cuyos sones orgiásticos apagaron los lamentos de los hermanos mártires, víctimas del populacho y de las fieras circenses.

Aquí hay que recordar y nombrar a una de esas víctimas, cuya figura idealizada y simbólica inspiró a tantos grandes pintores: Santa Cecilia, la patrona e "inventora" de la música según la fe cristiana, que murió martirizada en Roma, en 232 d.C., y cuyo cuerpo fue hallado el año 1599 en un milagroso estado de conservación.

En el año 54 d.C., San Pedro se trasladó a Roma y fundó la sede del catolicismo. Él fue quien enseñó a rezar a los cristianos en las catacumbas y él también quien iluminó sus reuniones nocturnas con los cantos sacros orientales que le eran familiares por su larga permanencia en Antioquía. Y como esta música era fundamentalmente distinta de la romana de aquella época y como en ella se pudo volcar todas las ansias por una vida celestial y el paraíso eterno, los cristianos elevaron pronto sus voces hacia Dios mediante un canto religioso que derivaba de antiguos orígenes asiáticos y llegaba a través de la música hebrea. De esta suerte nació la música cristiana, y a partir de este momento, la historia de la música, durante diez siglos, estará tan adherida al cristianismo que ambas registrarán una misma historia; los senderos de la música serán los que recorran apóstoles y misioneros; las formas musicales se hallarán estrictamente sujetas al culto religioso.

Poco a poco se desarrolla la nueva música cristiana hasta lograr una forma bien definida: ejecutada hasta hoy, aunque con largos interregnos, en las iglesias, es generalmente conocida como Canto Gregoriano. Queda así inmortalizado (si no lo fuese ya por la historia) el recuerdo de un gran papa, San Gregorio Magno (540? - 604 d.C) como una de la primeras figuras esclarecidas de nuestra música: él, con el concurso de algunos colaboradores, ordenó, recopiló y editó todos los cantos religiosos de oriente y occidente, y dictó leyes para su ejecución, logrando así la admirable unidad de la música cristiana. Su "Antifonario Gregoriano" fue anudado con una cadena al altar de San Pedro, donde permaneció por muchos siglos.

Una vez afirmada la posición de la música dentro de la comunidad cristiana -y eso se logró al abandonar la lobreguez de las catacumbas, cuando Constantino, en el Concilio de Nicea en 325 d.C legitimó el cristianismo como religión oficial del Imperio-, el canto religioso se convierte en instrumento de catequización. Donde no pudo llegar la palabra sacerdotal, porque los pueblos no entendían el latín, ni los misioneros el idioma de los nativos, o bien porque los paganos se negaban a escuchar las profecías de otra religión, allí llegó facilmente la música, convirtiendo a la nueva fe a cuantos quedaron prendados de la belleza de sus melodías, cantadas con mucho arte y expresión. Se verá después el mismo fenómeno en la conquista espiritual de los indígenas americanos, especialmente en las expediciones por los ríos Paraná y Paraguay; serían mil años más tarde, los mismos cantos de aquel entonces...