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Bienaventuranzas de Sir Thomas More
abril 29, 2010
Sistematización Musical en el Alto Medioevo
Hubo en Roma y en otras ciudades, escuelas musicales -Schola Cantorum- de las que salieron sacerdotes músicos de profundos conocimientos. Estos misioneros se desparramaron en otros tantos centros musicales y de cultura. Algunos adquirieron fama milenaria también por sus escuelas de música como aquél en Kent que en 597 fundó San Agustín de Canterbury, quien había sido monje en el mismo monasterio donde estuvo el papa San Gregorio Magno quien lo envió ese año a Inglaterra. En el siglo VII algunos monasterios ingleses fueron destruidos a consecuencia de una invasión vikinga.
Es lógico que en una época en que los medios de comunicación eran escasos e inseguros, algunas rutas principales se convirtieran en el camino obligado para difundir la cultura. Una de la vías medievales más importantes, en razón de su practibilidad a través de los Alpes, fue el valle del Rhin. Su trayectoria conducía a las que otrora fueran colonias romanas, erigidas en ambas márgenes del río, y que actualmente se denominan Suiza, Alsacia, Renania, Bélgica, Holanda.
Allí, muy cerca de las nacientes del Rhin, se fundó en el año 720 la abadía de San Gall, uno de los monasterios más famosos, que dió origen al cantón y ciudad actuales del mismo nombre, en Suiza, y cuya práctica musical sirvió de modelo a casi toda Europa Central. En este monasterio vivió uno de los primeros eruditos en la materia, el monje Notker Balbulus (830 - 912), al cual se le adjudica una melodía que aún hoy se canta (casi siempre sin recordar al autor), en una adaptación de Martín Lutero, y que empieza con las palabras Media vita en el original latino, y cuya primera frase dice: "En plena vida ya estamos rodeados por la muerte". Este monje fue sucedido por otro reputado sabio, Notker Labeo, nacido en San Gall, en 950, quien difundió en forma notable la ciencia musical de su tiempo, y representa a la vez un ejemplo elocuente de la universalidad de conocimientos que poseían las grandes figuras medievales; en efecto, Notker Labeo fue poeta, músico, matemático y astrónomo.
Un indicio de la intensa vida intelectual que se desenvolvía en el monasterio de San Gall lo proporciona el contenido de su biblioteca: el año 850 contaba con cuatrocientos volúmenes, cantidad enorme para aquellos tiempos, muy lejos aún de la invención de la imprenta. Entre estos libros figuran muchos tratados de música que nos permiten apreciar las profundas y severas reglas y leyes de este arte en la Alta Edad Media. Asi vemos cómo los conventos son el único refugio del saber a esta altura de nuestra historia. Por lo tanto, se puede entender que la música, privada del contacto con el pueblo, se transformó más y más en una ciencia árida y complicada, llena de rígidos preceptos y limitada en su libre y espontáneo desarrollo. Muchos fueron, sin duda, los progresos de la música como ciencia, pero nula su evolución como arte. Precisamente la aparición, algún tiempo después, del fenómeno de los trovadores es una reacción ante esta inmovilidad.
Este es el momento propicio para hablar de un personaje interesante, uno de aquellos grandes teóricos, Guido de Arezzo, a quien debemos nada menos que nuestro alfabeto musical: UT (más tarde DO), RE, MI, FA, SOL, LA, (el SI, la séptima nota, es agregado posterior). Buscando un procedimiento didáctico para facilitar el aprendizaje de la música, Guido de Arezzo, un monje benedictino, que vivió de 995 a 1050, recurrió a una idea curiosa: los cantantes solían impetrar a San Juan que los preservara de la afonía en un himno muy difundido en la época y en el cual cada frase empezaba sucesivamente con una nota de escala ascendente, del DO al LA, como diríamos hoy. Aprovechando esta circunstancia, designó las primeras notas de cada frase musical con las sílabas iniciales de cada verso: y pues el texto decía: UT queant laxis REsonare fibris MIra gestorum FAmuli tuorum SOLve polluti LAbii reatum Sancte Johannes. Por aquellas sílabas quedó consagrado el nombre de las notas que su usa hasta hoy en todos los países latinos. En cambio, los pueblos sajones denominan las notas con letras del alfabeto (A, B, C, D, E, F, G, o más exactamente C, D, E, F, G, A, B, C).
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