Bernat de Ventadorn representado en una inicial miniada del códice del siglo XIII titulado Recueil de Poesies des troubadours racontant leurs vies. Este trobador occitano, de ascendencia humilde (era hijo de un panadero del castillo de Ventadorn, Perigueux), dedicó su actividad poética exclusivamente al amor; por la sencillez de sus poemas es considerado un representante del trobar leu.
Se ha cantado en todas las épocas y se canta en todos los países con las más variadas intenciones: para acallar a un niño en la cuna, para aliviar el trabajo, para hacer llevadero el camino, para declarar el amor o para vilipendiar a un semejante. Este canto popular, creado y conservado por gentes indoctas y mirado con indiferencia y menosprecio por los hombres cultos, vivió en la voz de las comunidades, sobre todo las rurales, y a nadie se le ocurría que podía transcibirse al pergamino para que fuera recordado. Pero del siglo X al siglo XIII, hubo unos poetas cultos que se dieron cuenta de la belleza y la gracia que se encerraba en algunas de las cancioncillas que cantaban en lengua romance gentes pertenecientes al vulgo, y tuvieron la feliz idea de aprovecharlas. Se trata de unos cuantos poetas musulmanes y judíos españoles que escribían composiciones en árabe y en hebreo, en las que insertaron breves fragmentos de cantos populares en lengua española, en calidad de estribillos, que recibieron el nombre de jarchas. Estos poetas españoles en lengua árabe y en lengua hebrea procedieron del mismo modo que tantas veces han procedido líricos cultos que se han prendado del arte popular, como Gil Vicente, Lope de Vega o García Lorca; y de esta suerte hoy es posible tener una idea bastante clara del primitivo lirismo en lengua romance, con sus notas de delicadeza, pasión o ausencia, puestas en voces femeninas, que dejarán profunda huella en otras manifestaciones populares, sobre todo en las cantigas de amigo galaicoportuguesas.
La poesía culta en latín, siempre influida por los clásicos de Roma y siempre fiel a la retórica del Imperio, no conoció eclipses en la Edad Media; y en los siglos X al XII abundaron los sabios poetas que componían con destreza hexámetros o pentámetros de buena factura; en estas mismas centurias adquirió un auge notable el canto litúrgico cristiano, tambien en latín, naturalmente, que acrecentó las soluciones y posibilidades métricas. Hacia el año 1100 se produjo un fenómeno perfectamente previsible y que tenia que darse más tarde o más temprano: algunos poetas cultos se deciden a escribir sus versos en la lengua viva y materna, aprovechando las experiencias y hallazgos de la lírica contemporánea en latín y del canto litúrgico de la Iglesia. Nace asi, en la zona del mediodía de las Galias, la lírica llamada trovadoresca porque estos poetas asumen el nombre de trovadores (trobadors), los cuales componen sus versos en lengua de oc o provenzal, que todo el mundo entendía en aquella zona y en regiones limítrofes.
Entre el año 1100 y los últimos del siglo XIII se desarrolla el movimiento trovadoresco, decisivo en la historia de la lírica europea. Se trata de una poesía cantada, como la lírica popular en incluso el cantar de gesta, que llega a su público no a través de un libro -los cancioneros son posteriores-, sino a través de un cantor llamado juglar. Pero el juglar que difundía la poesía trovadoresca era muy distinto de aquél, más populachero e improvisador, que divulgaba los cantares de gesta. Como la poesia trovadoresca, siempre muy culta y elevada, va estrechamente ligada a una melodia sabía, sutil y difícil, la función del juglar de lírica, que había de tener una sabia preparación musical, era similar a la del actual cantante de Lieder o de ópera, que ha de ser fiel a la nota y al texto. El trovador, pues, ha de ser poeta y músico a la vez, y como en ambas vertientes su arte es muy intelectual y solo puede crearlo si posee una sólida preparación musical, gramatical y retórica, nos hallamos ante un claro caso de profesionalismo. En efecto, el trovador es un profesional de la literatura, que de ella vive y que gracias a ella, aún siendo de condición humilde, puede acceder a los ambientes feudales más elevados. Como su público principal se encuentra en las cortes, tanto las reales como las de los pequeños feudos, este profesional de la literatura puede alcanzar un encumbramiento social raro en aquellos tiempos: Raimbaut de Vaqueiras, por ejemplo, fue armado caballero por Bonifacio de Monferrato sólo en atención a sus méritos literarios, y Peire Vidal, hijo de un peletero de Tolosa, ejerció cierta influencia en varias cortes europeas, desde la del rey de Aragón hasta la del rey de Hungría.
La esencia de la poesía trovadoresca se halla en la canción de amor, donde este sentimiento es considerado y analizado desde el punto de vista exclusivamente feudal de sublimación de la dama-señora, objeto de la fin'amors (amor leal) y de la cortez'amors (amor cortés). Grandes figuras como Jaufré Rudel (h. 1125-h.1148); Bernart de Ventadorn (h. 1147-h.1170) o la condesa de Dia (finales de siglo XIII) logran, dentro de estos conceptos feudales, los mayores aciertos líricos, y gracias a su obra y a la de gran número de trovadores de esta línea, la poesía amorosa europea posterior tendrá unas caracteristicas muy propias.
Al lado de los profesionales, los grandes señores y poseedores de feudos cultivaron muy pronto la poesía provenzal; no en vano el primer trovador de obra conservada es Guillermo VII de Poitiers y IX de Aquitania -Guilhem de Peitieu (1071-1126)-, hombre de curiosísima personalidad y autor tanto de poesias sentimentales y delicadas como de composiciones tabernarias, divertidas y obscenas. Pero para los grandes señores la poesía en lengua vulgar y cantada constituía también una eficaz arma política con la que divulgar sus criterios y actitudes. Al lado de la canción, los trovadores cultivaban con gran asiduidad el "sirvientés" género que a veces revestía una finalidad moralizadora, muy interesante para comprender la mentalidad de la época en grandes autores como Marcabrú (h.1130-h.1149), que fustiga a la nobleza y hace campaña a favor de las cruzadas de Oriente y de España, o como Peire Cardenal (h.1205-h.1272), que dramáticamente nos traslada la desazón de la ocupación francesa y de la herejia albigense. Mediante el sirvientés político el trovador se hace vocero de un país, de un gran señor o de una postura ideológica, y la defiende o bien ataca a los bandos contrarios, los cuales no es raro repliquen tambien con otro sirvientés, lo que conduce a auténticas polémicas, que ilustran al historiador actual sobre aspectos que difícilmente pueden suministrar otras fuentes. Así, el catalán Guillem de Berguedá (h.1138-h.1192) nos trae los ecos de las luchas feudales de Cataluña de finales del siglo XII, y el lemosin Bertrand de Born (1140-1215), los de las guerras de Aquitania. Temas como los de las guerras de los albigenses, las luchas de Italia, las pugnas entre la corona de Francia y Aragón, y las cruzadas de Oriente, son tratados en sirvienteses de mayor o menor virulencia y eficacia, pero siempre reflejo de banderías y de posturas encontradas.
Los trovadores, por otra parte obsesionados por los problemas de la creación literaria y de estilo, debatían sobre la esencia de su propio arte y se distribuían ellos mismos en diversas escuelas antagónicas, como los defensores de un arte claro y sencillo (trobar leu) o los que cultivaban un elevado y sutil hermetismo (trobar ric y trobar clus), entre los cuales destaca Arnaut Daniel (h. 1180- h. 1193).
La literatura trovadoresca provenzal se extendió por gran parte de la Romania. En su propio hogar pervivió artificialmente gracias a la escuela de Tolosa, desde 1323, y con más amplitud y calidad en los poetas catalanes de los siglos XIII y XIV. En la Francia del norte, los trouveres trasladaron a la lengua de oil los hallazgos hechos en la lengua de oc con algunas peculiaridades propias y dieron algunas figuras considerables como Gace Brulé, Conon de Bethune y Colin Muset; en la segunda mitad del siglo XIII, Rutebeuf renovó la lírica francesa gracias a su fuerte personalidad. La lírica trovadoresca llegó a Galicia por el camino de Santiago y, junto a las autóctonas cantigas de amor, poetas gallegos y portugueses cultivaron la canción de amor al estilo provenzal, si bien los mayores aciertos hay que buscarlos en la lírica mariana de Alfonso el Sabio de Castilla y en la desgarrada gracia y crudo realismo de la poesía satírica de las llamadas cantigas d'escarnho y cantigas de maldizer. Finalmente, la lírica de los trovadores se asentó en Italia, sobre todo en la Magna Curia, lo que contribuirá a la nueva orientación poética de los stilnovisti.
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