Los hombres doctos, que sabian latin, se enteraban del pasado de la humanidad, de su pais e incluso del feudo o de la ciudad a que estaban vinculados, mediante la lectura de libros históricos redactados en lengua sabia, cronicones, anales, genealogías, etc., textos que, en principio, quieren presentar la realidad del pasado tal como fue, y , aunque acepten invenciones y leyendas, ofrecen ciertas garantias de veracidad. Los hombres no doctos, que no sabían leer ni en latin ni en vulgar, no por esto se hallaban tan desvinculados de su ambiente que no sintieran un vivo interés por saber lo que estaba pasando y lo que pasó en tiempos remotos. El cantar de gesta cubrió esta tan lógica necesidad intelectual; y asi, el hombre vulgar del norte de Francia y del sur de Inglaterra pudo saber, a finales del siglo XI, qué le ocurrió al ejército franco en el puerto de Roncesvalles gracias a los juglares que recitaban la Chanson de Roland; y el castellano y el aragonés del XIII aprendieron los pormenores de la primera conquista de Valencia, acaecida en 1094, gracias al Cantar del Cid. A estos hombres iletrados les llegará una historia compuesta por los juglares, que no temían insertar leyendas en el relato de los cantares de gesta.
La épica popular se ha dado en todos los pueblos, y se caracteriza por su finalidad de narrar hazañas de personajes y hechos de armas, por lo general de real entidad histórica pero que el pueblo exagera y distorsiona al admirarlos. Muy difícil es indagar en los orígenes de este género literario; pero serias investigaciones y el estudio de este fenómeno en sociedades actuales muy tradicionales o de cierto primitivismo, inducen a creer que hay que buscar el origen de los primeros cantares de gesta romances en narraciones en verso contemporáneas al hecho o al personaje que cantan, que compusieron con la finalidad de informar a una zona de población interesada por aquél hecho o aquél personaje. El ansia o la curiosidad por estar informado es una actitud de todos los tiempos y de todos los lugares, y la necesidad política de informar a vasallos y a súbditos es muchas veces imprescindible para un dirigente que desea crear un cierto espíritu o estado de ánimo ante las contingencias del momento. Mantener la animadversión al sarraceno era necesario en vísperas de las cruzadas de Oriente y en el estado de tensión de ciertas etapas de la Reconquista española. La epopeya románica, o sea el cantar de gesta, debió de nacer de una especie de reportaje informativo, sin duda exagerado ya en sus inicios, pero que en el decurso del tiempo acrecentó lo emotivo, lo bellamente falso o hasta lo inverosímil y lo reñido con la verdad histórica.
La más antigua de las conservadas y al propio tiempo la más bella de las epopeyas francesas es la Chanson de Roland, que conocemos a partir de un texto de finales del siglo XI. Los acontecimietos narrados en este cantar constituyen la "novelización" de un hecho histórico harto conocido: la sorpresa y derrota de la retaguardia de Carlomagno por parte de vascos o gascones, el 15 de agosto de 778, en el desfiladero de Roncesvalles, donde pereció un guerrero llamado Ruotlandus, prefecto de la Marca de Bretaña. Esto fue un auténtico descalabro para Carlomagno, y la memoria de este hecho, disimulada o paliada por los cronistas oficiales contemporáneos, se mantuvo en la tradición con notable persistencia. Esta tradición pronto introdujo elementos deformadores y ficticios: los enemigos de los francos fueron reducidos a sarracenos, se fingió que el desastre cristiano se debió a la traición de un vasallo de Carlomagno, y al hecho se añadió una fantástica victoria de Carlomagno sobre el emir de todos los musulmanes, cerca de Zaragoza, con lo que la derrota de Roncesvalles quedaba vengada. Lo que originariamente pudo ser una imprevisión estratégica, se convierte, en la Chanson de Roland, en un símbolo de la lucha del cristianismo contra el mahometanismo, de las fuerzas del bien contra las del mal, de Occidente contra Oriente. El héroe del cantar, el joven Roldán, es un guerrero extraordinariamente fuerte y valiente, que considera cobardía pedir auxilio a las fuerzas imperiales de la vanguardia; y al lado de Roldán destaca la figura de su compañero Oliveros, prototipo de guerrero sensato y mesurado, ambos caracterizados con el lapidario verso "Rollant est proz et Oliver est sage" ("Roldán es valiente y Oliveros es sensato"). Todo ello en una narración sabiamente construida, en la que abundan los aciertos artísticos, versos de impresionante sencillez, frases breves y concisas y un vocabulario comparable en su sobriedad a la de los monumentos del arte románico.
La epopeya francesa posterior a la Chanson de Rolland es muy rica y muy variada, hasta el punto de que en la actualidad se conserva un centenar de cantares de gesta franceses de los siglos XII y XIII. Muchos de ellos se articulan en torno de la figura cada vez más mítica de Carlomagno, de quien narran ficticias infancias o mocedades, como las de Berta y el Mainet; su inventada y divertida expedición a Jerusalén y Constantinopla (Pélérinage Charlemagne); sus campañas en Italia y en España (Aspremont y Fierabras), y fabulosas acciones en este último país de sus sucesores (Gui de Bourgogne, Anseïs de Cartage). Todo ello constituye una auténtica "historia poética de Carlomagno", más legendaria e inventada cuanto más reciente.
Generado por la histórica figura de san Guillermo de Tolosa se va creando otro gran ciclo de cantares de gesta franceses, como la bella e intrigante Chanson de Guillelme, en cuya versión más antigua los acontecimientos ocurren en Barcelona y sus cercanías, con cierto verismo histórico, pues Guillermo fue uno de los carolingios que conquistaron esta ciudad en 801. Gravitan en este ciclo cantares muy bellos, como los de Aliscans, Girart de Vienne y Aymeri de Narbonne.
Independientes de estos ciclos existen otros cantares franceses muy notables, como el de Raoul de Cambrai, de un dramatismo y una tensión admirables y clara muestra de la proyección del mundo feudal; el de Ogier de Danemarche, y el de Renard de Montauban, llamado también Les quatre fils Aymon, todos ellos glorificando a vasallos rebeldes al rey, tema muy de acuerdo con la situación de la monarquía francesa en el siglo XII.
La Chanson de Roland conservada se fecha unos trescientos años después de la histórica derrota de Carlomagno y fue divulgada por unos juglares a unos ochocientos kilómetros del desfiladero de Roncesvalles. La lejania cronológica y geográfica permiten el acrecentamiento de la fantasía y de la inverosimilitud, y que el ambiente, el paisaje y las costumbres domesticas y feudales que se reflejan en el cantar francés sean muy diferentes del panorama que ofrecía el Pirineo navarro en el siglo VIII. Lo que en un principio pudo ser canto noticiero, o en términos modernos reportaje en verso, con el transcurso de los años y con el alejamiento se cargó de leyendas y se convirtió en un híbrido de historia y fábula, muy apropiado para suscitar la emoción popular, bien distinta de aquello que los doctos aprendían en sus libros en latín, aunque más de una vez ambas direcciones converjan.
Bien distinto es el caso del Cantar del Cid castellano. Su protagonisa, Rodrigo Diaz de Vivar, murió en el año 1099, es decir, cuando ya existía el texto conservado de la Chanson de Roland y cuando parece indudable que ya se difundía una epopeya castellana. Aunque es posible que hacia 1120 ya se hubiera compuesto un primitivo Cantar del Cid, el texto más antiguo hoy conocido, copiado por un tal Per Abbat en el siglo XIV, no parece anterior a los primeros años del XIII. Lo importante es que, entre la epoca en que vivió el Cid y aquella en que empezó a divulgarse el cantar que hoy leemos, el romance castellano había evolucionado poco, de suerte que hemos de conceder que Rodrigo Diaz de Vivar hablaba en una lengua virtualmente igual a aquella en que el cantar lo hace expresarse, al paso que es bien cierto que el Carlomagno y el Roldan históricos hablaban una lengua germánica y en la Chanson de Roland se expresan en francés. Añademos a ello que el Cantar del Cid desarrolla su acción en tierras de León, Castilla, Aragón y el reino moro de Valencia, zona a veces fronteriza que conocía con todo detalle el auditorio español que escuchaba a los juglares recitar la gesta; en cambio, los franceses que escuchaban la Chanson de Roland tenían una idea vaga y muy alejada de las tierras donde se desarrollaba la acción de la gesta y, por tanto, podían admitir sin protesta ni sorpresa que Zaragoza se encuentra en una montaña, como afirma el cantar francés en la primera estrofa. Los moros que aparecen en el Cantar del Cid son auténticos musulmanes, y llevan nombres como Yúcef, Fáriz, Galve, Abengalbón, perfectamente lógicos y familiares para los españoles que escuchaban el cantar; los sarracenos de la Chanson de Roland, con sus pintorescos y ridículos nombres -Esperverís, Malcut, Malduit, Falsarón-, que adoran ídolos y creen en una rara trinidad -Mahumet, Tervegant y Apollin-, hubieran suscitado la carcajada o la indignación en el auditorio español, pero eran admitidos sin repulsa y hasta con agrado por un público francés que jamas había visto un moro de veras. Advertimos asi la gran diferencia que media entre la epopeya francesa y la castellana, aunque dentro de esta hay que confesar que el Cantar del Cid es un caso atípico por su proximidad al héroe y a las hazañas que narra, y por ello constituye un argumento decisivo a favor de los que sostienen que la epopeya nace a veces al calor de los acontecimientos que canta. Porque hubo tambien otras gestas españolas primitivas, como la interesante versión navarra del Roncesvalles, conservada en fragmento, que es una adaptación del siglo XIII del tema esencial de la Chanson de Roland. Otras gestas castellanas se han conservado en prosificaciones insertas en crónicas, a veces facilmente reconstruibles en verso, como ocurre con la magnífica leyenda de los Infantes de Salas o de Lara, de alto valor emotivo y fragmentos de la cual han persistido en forma de romance.
En este problema incide el hecho de la expresión oral de las gestas medievales. Los cantares épicos eran recitados o cantados por un profesional, llamado juglar, ante un público que podía ser amplio y de muy diversa condición. Parece seguro que un cantar como el francés de Roldan o como el castellano del Cid se recitaba en varias sesiones, de mil o dos mil versos, sesiones que eran más breves que la representacion íntegra de una comedia o un drama de los tiempos modernos. El juglar recitaba el cantar de gesta de memoria, cosa no inverosímil, porque eran unos auténticos profesionales; y pensemos que un cómico actual que haya interpretado el papel principal en una obra de Shakespeare o de Racine se sabe de memoria más versos que los que constituyen un cantar de gesta medieval de las proporciones de la Chanson de Roland o del Cantar del Cid. Pero a diferencia de este cómico moderno, que tiene la obligación de repetir un texto con todo rigor, sin añadir ni suprimir ni una palabra de las que escribieron Shakespeare o Racine, el juglar medieval era capaz de improvisar cuando la memoria le fallaba o cuando, hábil conocedor de su público, creía necesario ampliar o resumir. De ahi que la epopeya medieval, como la homérica, este llena de fórmulas fijas y de pasajes estereotipados que hacían posible esta improvisación, hoy registrada también en cantares populares de ciertas zonas muy tradicionales, como en diversas regiones de Yugoslavia y de la Rusia asiática. Ello hace que los textos de los cantares de gesta románicos primitivos sean varios y presenten algunas discrepancias.
Pero ya en el siglo XIII, la epopeya románica fue rehecha y refundida cultamente por poetas profesionales, que intentaron dar al género una pretendida dignidad literaria e incluso convertirlo en objeto de lectura libresca, pues no en vano, como veremos despues, la novela se habia abierto camino y contaba con numerosos lectores. Vemos asi que un poeta llamado Bertrand de Bar refundio cultamente la vieja gesta de Girart de Vienne y que un anónimo castellano convirtió en un poema de clerecía, en estrofas de la llamada cuaderna via, un anterior cantar, hoy perdido, sobre el conde Fernan Gonzalez de Castilla. Si la epopeya pudo influir sobre la novela, bien cierto es que luego la novela influyó en la epopeya.
Las vias de peregrinación hacia Roma difundieron pronto las gestas francesas en italia, donde adquirieron unas caracteristicas peculiares. Desde el siglo XIII hasta principios del XV aparecen determinados cantares de gesta redactados en el norte de Italia en una arbitraria lengua híbrida francoitaliana, que no correspondía a ningún dialecto hablado, sino que se trataba de una singular adaptación del francés a formas que puedan ser entendidas por un auditorio italiano. Al principio, estos cantares eran meras adaptaciones de otros franceses, pero pronto los italianos se pusieron a componer obras de mayor originalidad, cada vez más italianizadas en la lengua, y surgieron una serie de cantares sobre Roncesvalles y Roldan, denominado Orlando. Estos cantares francoitalianos son puente a un nuevo arte en el que reviviran los héroes carolingios y que dará las obras renacentistas de Boiardo y Ariosto.
LuZ hermano
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