Durante la Edad Media, los personajes capitales en la escena del mundo habían sido Dios y el Alma; a mediados del siglo XIV el protagonista es el Hombre, el conjunto humano es lo que más interesa. Nuestra extraña mezcla de espíritu y materia, este mecanismo formidable que produce el bien y el mal, desea la gloria y llega a veces al superhombre, cae otras veces en desórdenes que hacen de él un monstruo desmerecedor de los títulos de su especie. A pesar de estas caídas, el Hombre empezó a ser lo más interesante para el hombre; se observaban sus acciones como un vasto panorama inexplorado; hasta lo que se conocía del hombre, cambiaba de color en cada individuo; su potencialidad parecía inagotable, el hombre empezaba a pretender superar su propia naturaleza.
No es que se desconociese por ello el valor de otros factores. Dios continuó siendo el Creador y sustentador del Universo; los eruditos del siglo XIV y XV se encomendaban a la Virgen y a los Santos, y sólo algunos, muy pocos, abrigaban sus dudas acerca de la cosmografía celestial, como un empíreo para los bienaventurados poblado de amables personas. El alma era todavía la partícula divina que sobrevivía despues de la descomposición del conjunto humano, cuando la materia volviese a disolverse en ceniza. Pero alma y cuerpo reunidos formaban una combinación tremenda capaz de todos los vicios y virtudes, de los más altos conceptos y heroísmos, y tambien de las más bajas pasiones y vanidades.
Durante la Edad Media el estudio del hombre habia consistido principalmente en el estudio de su alma; la ciencia humana había sido más bien una psicología que una antropología; ahora lo admirable empezaba a ser el compuesto de músculos, dotado de fuerza y de pasiones. Su belleza física y sus virtudes sociales interesaban ya tanto como la parte espiritual. El alma hallábase participando, animando, regulando la acción, pero era el cuerpo el que le daba las ocasiones para obrar, y aun la estimulaba con reacciones favorables y contrarias. Los primeros humanistas, sin perder su fe en Dios y en el alma, comprendían que el cuerpo humano era el laboratorio indispensable para sus manifestaciones aquí en la tierra, y concedían al cuerpo una atención y dignidad que no le habían reconocido los doctores de los siglos precedentes. Esto era ya lo que llamamos humanismo, y las ciencias que se ocupan en ello, humanidades.
Por cierto que quizá la pionera manifestación de la cosmovisión humanista en las artes plásticas la podemos hallar en las obras del extraordinario pintor italiano Giotto, nacido en Florencia (1265) y fallecido en su misma ciudad (1337). Observe cómo nos transmite en sus trazos los episodios cristianos con aire sobrenatural, pero al mismo tiempo con una fuerte carga humana en sus personajes, de quienes podemos adivinar y empatizar rasgos compartidos del carácter.
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