La iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la muerte y la luz del Señor hasta que Él venga. Asi como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, fue llamado alguna vez iglesia de Dios, asi el nuevo Israel se llama Iglesia de Cristo, porque Él la adquirió con su sangre, la llenó de su espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salvífica para todos y cada uno. El Concilio Vaticano II habla de la Iglesia en camino, estableciendo una analogía con el Israel de la Antigua Alianza en camino a través del desierto. El camino de los cristianos posee un carácter incluso exterior, visible en el tiempo y en el espacio, en el que se desarrolla históricamente. La Iglesia en efecto, debe extenderse por toda la Tierra y por esto entra en la historia humana rebasando todos los límites de tiempo y de lugares. Sin embargo el carácter esencial de su camino es interior, se trata de una peregrinación a través de la Fe, por la fuerza del Señor resucitado, de una peregrinación en el Espiritiu Santo, dado a la Iglesia como invisible consolador. Caminando pues la Iglesia a través de los peligros y de tribulaciones, de tal forma se ve confortada por la fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometíó y no deja de renovarse a si misma bajo la acción del Espíritu Santo, hasta que por la cruz llegue a la Luz sin ocaso.
Justamente en este camino, de peregrinación eclesial, a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de la historia de las almas, María esta presente como la que es feliz porque ha creído, como la que avanzaba en la peregrinación de la Fe, participando como ninguna otra criatura en el misterio de Cristo. Añade el Concilio que María, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la Fe. Entre todos los creyentes es como un espejo, donde se reflejan del modo más profundo y claro las maravillas de Dios.
La Iglesia, edificada por Cristo sobre los apóstoles, se hace plenamente consciente de estas grandes obras de Dios el día de Pentecostés, cuando los reunidos en el cenáculo quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el espíritu les concediera expresarse. Desde aquel momento, inicia también aquel camino de Fe, la peregrinación de la Iglesia a través de la historia de los hombres y de los pueblos. Se sabe que al comienzo de este camino esta presente María, que vemos en medio de los apostóles en el cenáculo, implorando con sus ruegos el don del Espíritu. Su camino de Fe es en cierto modo más largo, el Espíritu Santo ya había descendido a ella desde antes, quien se ha convertido en su esposa fiel en la anunciación, acogiendo al verbo de Dios verdadero, prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él. Más aún abandonándose plenamente en Dios por medio de la obediencia de la Fe, por la que respondió al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra.”
El camino de Fe de María, a la que vemos orando en el cenáculo, es por tanto más largo que el de los reunidos alli. Maria les precede, marcha delante de ellos. El momento de Pentecostés en Jerusalén ha sido preparado, además de la cruz, por el momento de la anunciación en Nazaret. En el cenáculo el itinerario de Maria se encuentra con el camino de la Fe de la Iglesia. Entre los cientos de seguidores que en el cenáculo eran asiduos en la oración, preparándose para ir por todo el mundo después de haber recibido el Espiritu Santo, algunos habian sido llamados por Jesús sucesivamente desde el inicio de su misión en Israel. Once de ellos habian sido constituidos apóstoles y a ellos Jesús habia transmitido la misión que Él mismo había recibido del Padre. Esta misión de los apóstoles comienza en el momento de su salida del cenáculo de Jerusalén. La Iglesia nace y crece entonces por medio del testimonio que Pedro y los demás apóstoles dan de Cristo crucificado y resucitado.